Por cada damnificado hay 400 personas que necesitan ayuda
Por eso no habla de víctimas —”víctimas son los que murieron”, aclara— sino de damnificados. “Las ‘víctimas’ suelen ser el producto de comunidades dañadas, que las necesitan para garantizar el recuerdo del hecho dañino —alerta—. Y los damnificados son personas que pueden recuperar su propia subjetividad.”
En los damnificados por la tragedia del boliche, “la primera actitud es de bronca, de desesperación, de buscar que se responsabilice a los culpables; les parece que, de ese modo, el problema se soluciona —cuenta—. Pero el dolor de la madre cuando ve la cama vacía viene mucho después. Es ahí cuando la gente se quiebra; cuando los chicos vuelvan a la escuela, a la facultad, y los compañeros no estén más”.
¿Cómo reaccionarán? Benyakar es cuidadoso y no aventura hipótesis. Apenas menciona a “un padre que estaba buscando dónde comprar un revólver —para matarse él o para matar a alguien—, pero también a otros padres que reclaman que la muerte de sus hijos no sea en vano, que se tomen las medidas no sólo para buscar a los culpables sino para que no haya más culpables de este tipo de cosas”.
“Este es un momento de dolor, y no quiero referirme a cómo va a impactar en las familias —se excusa—. Sólo puedo adherirme al duelo, tener capacidad de respeto por el que está sufriendo. Habrá que esperar un tiempo para que esas cosas se elaboren. Para la persona que perdió a un hijo no hay ninguna reparación; pero si va a quedar psíquicamente más afectada que otra que estuvo internada o que logró salir ilesa, no podemos saberlo.”
De todos modos, Benyakar tiene presente que, cuando ocurre un desastre, se calcula que por cada damnificado habrá unas 400 personas que necesiten asistencia en salud mental. No en consultorios, insiste. “La gente no acude a un tratamiento para esto. Uno tiene que estar presente en sus lugares para intentar dar respuesta a la necesidad que emerge en ese momento.”
En este caso, el psiquiatra propone buscar a los referentes locales y hablar con ellos. Destaca la importancia de las escuelas, las autoridades religiosas, los referentes comunitarios, los clubes, las bandas de música. “Son ellos los verdaderos soportes. Los psicólogos y psiquiatras deben ser capaces de articular esta ayuda —observa—. No hay que ver qué decirles a los chicos, sino cómo escucharlos y cómo transformar su mensaje en algo positivo.”
Pero el planteo más ambicioso de Benyakar al Gobierno nacional —en el fondo, una condición para seguir trabajando— apunta a aprovechar la lección de esta tragedia para desarrollar un programa integrado para desastres y emergencias.
Pone como ejemplo los proyectos que ya venía elaborando con el Ministerio de Educación. Además de simulacros, incluyen el concepto de “formar a los jóvenes para que ellos mismos se cuiden y tomen conciencia de los peligros”.
“No hay ningún sector que no tenga que ser convocado —remarca—. Y todos, desde el empresario hasta el portero de un edificio, deben preguntarse qué debe hacer. Hay que cambiar la tendencia del hay que, alguien tiene que, por yo tengo que. No todos son culpables, pero de aquí en más todos somos responsables de que en nuestro pequeño entorno estas cosas sean tomadas en cuenta.”
Informações publicadas no jornal Clarin, em 16 de janeiro de 2005.