Lo traumático, lo ominoso y el trabajo del duelo
Artículo publicado en Imago Agenda Nº113. Septiembre 2007
Lo disruptivo. El concepto Trauma ha sido para Freud un pilar en sus postulaciones clínicas. El uso del término a lo largo de su obra desde diferentes acepciones, no solo remite a su cambio de posición respecto de la primera y la segunda tópica, sino que habla también de la complejidad teórico-clínica del concepto. Las obras de Freud me sirvieron de base para enfrentarme con el trauma y el campo de lo traumático. Sin embargo, no podría proponer un abordaje clínico del trauma sin conjugar los aportes de Ferenczi (1933), Bion (1965, 1966), Winnicott (1958,1972, 1974, 1988) y Lacan (1962). Un primer paso que nos permitirá avanzar en este sentido es el concepto de disrupción. Hay una fuerte tradición que se refiere a cualquier evento fuerte e intenso con la confusa fórmula “situación traumática”. A mi entender es de suma importancia disponer de un vocabulario preciso que nos permita distinguir las distintas variables en juego en este tipo de situaciones. Todo evento extraordinario, no habitual o indeseable suele ser calificado de traumático, asignándole a priori el hecho de producir un efecto devastador en el psiquismo, desconociendo la singularidad y la especificidad de los diferentes eventos fácticos, la singularidad del sujeto que vive la situación y lo propio de la relación entre un evento específico y un sujeto singular. Calificar una situación como traumática por la potencia o intensidad que el consenso social le asigna es adjudicar un rasgo propio del orden psíquico a un evento del orden de lo fáctico. No son, entonces, las características de la situación las que determinan lo traumático, sino el particular encuentro entre una situación y la especificidad con que un determinado psiquismo la vivencia. Postulo esta diferenciación, más allá de las meras disquisiciones lingüísticas, por su valor en la clínica analítica a partir de la posibilidad de distinguir los desórdenes por disrupción, a diferencia del reduccionismo presente en el tan mentado síndrome de estrés postraumático, propuesto por el DSM IV. Así, los Desórdenes por Disrupción son aquellos desórdenes psíquicos activados por la irrupción de eventos o situaciones fácticas, que producen en el sujeto distorsiones de la vivencia afectando, de esa manera, las cualidades de la experiencia.
Sobre la “vivencia traumática” y el “vivenciar traumático”. En las conferencias del año 15 Freud distingue entre la vivencia Erlebnis y el vivenciar Erleben, sin embargo no explicitó su diferencia (Freud 1915). Sosteniendo la especificidad de los términos, pretendo presentar lo específico y lo común entre los conceptos “vivencia traumática” y “vivenciar traumático”. La explosión de una bomba, un accidente de tránsito, o cualquier evento disruptivo que incida en un psiquismo constituido, con defensas adecuadas, podrá provocar una “vivencia traumática”. Puntualizo así el hecho que una “vivencia traumática” está relacionada a un evento fáctico circunscrito en el tiempo y en el espacio (Benyakar 1989). A diferencia de esto el “vivenciar traumático” remite a un proceso en el cual el displacer y la frustración se transforman en constantes procesos de un psiquismo que tiende a estructurarse, con un afecto que carece de representación. Este modo de vivenciar emerge como traumático al desplegarse lo pulsional del infans en un medio ambiente en el cual falla la función maternante o mediatizadora. Enfatizo que en estos casos no hablamos de fenómenos producto de un evento fáctico singular, circunscrito en el tiempo y el espacio, como lo hacemos al referirnos a la “Vivencia Traumática”, sino a un proceso continuo en la temprana infancia. El “vivenciar traumático” nos remite a la forma en que se desarrolla el proceso de constitución del vacío. Tanto en el Proyecto (1950a [1895]), como en la Interpretación de los Sueños Freud utiliza el término “vivencia” al referirse a “vivencia de satisfacción”, en términos de la calificación subjetiva de la relación entre un factor interno (como es la tensión creada por la necesidad) y uno externo (que la satisfará). En el término “vivencia” Freud articula la relación mundo interno (necesidad)-mundo externo (acto de satisfacer), y la “identidad de percepción” con la “identidad de pensamiento”.
En diversos trabajos he presentado la noción de vivencia traumática como no perteneciente al orden de lo reprimido, sino de lo no articulado, a partir de la imposibilidad de ser abordada desde la interpretación analítica. El trauma no es el residuo irrecordable o inolvidable, sino que es una ausencia de articulación entre afecto y representación, que no puede ser ubicada ni significada. La “vivencia traumática” refiere a un psiquismo cuyas características son la integración, continuidad e historicidad, que es lo que nos permite ese especial contacto entre el mundo interno y la realidad. Cuando un evento disruptivo invade el psiquismo de tal manera que no permite establecer ningún tipo de relación, se produce ese colapso, modo en el cual la vivencia traumática se inscribe en el psiquismo. Me interesa poder dar cuenta de mi concepción acerca de la vivencia traumática, para poder diferenciarla del proceso de duelo.
Duelo y trauma. Es común la idea de que todo lo terrible, doloroso o penoso es necesariamente traumático. Se habla de la muerte de la madre de un niño, o la pérdida de un hermano haciendo alusión al trauma padecido, reafirmando una y otra vez la ecuación pérdida = trauma. Conjugar duelo y trauma es producir una fórmula en la cual un término neutraliza al otro. En “Duelo y Melancolía” Freud define al duelo como la “reacción ante la pérdida de un ser amado o de una abstracción equivalente como la patria, la libertad, o un ideal”. Se trata de un trabajo psíquico autónomo que posibilita la elaboración de la pérdida. La vivencia traumática, en cambio, se caracteriza por la pérdida de la capacidad de elaboración circunscripta a un determinado momento en presencia de una situación fáctica dada. Justamente la capacidad para llevar adelante un trabajo de duelo permite que la pérdida no amenace la vivencia de continuidad del sujeto, y que la constante interacción plástica mundo interno-mundo externo, pasado-presente-futuro, no se vea desarticulada, como ocurre en la vivencia traumática. En el trabajo del duelo, la falta en lo real moviliza el orden simbólico, produce desorden, mientras que en la vivencia traumática no hay posibilidad de articulación entre afecto y representación
Mi experiencia clínica y la revisión de la literatura psicoanalítica me llevaron a conceptualizar el trauma estableciendo una marcada diferencia entre éste y el proceso de duelo. A diferencia del proceso de duelo, nuestra labor en relación a la vivencia traumática, será desarrollar un espacio transicional que posibilite la elaboración y articulación de esta vivencia. Tratando de evitar que quede congelada o petrificada como consecuencia del enfrentamiento con lo irremediable de la pérdida, ya que lo predominante en la vivencia traumática es la no articulación entre afecto y representación. En la vivencia traumática la pérdida será la de la posibilidad o capacidad de articulación entre afecto y representación. Por su dinámica, esta vivencia mantendrá al objeto perdido en un constante presente psíquico. El término que he acuñado para enfatizar la cualidad de lo incorporado (a diferencia de lo introyectado) es el “introducto”, que conserva su carácter de “cuerpo extraño”. Por su cualidad de no transformación se cristaliza al modo del teratoma, metáfora feliz que Ferenczi utiliza para postular lo traumático como un quiste de tejidos heterogéneos al tejido en el que anida. Este modo en que lo externo sostiene sus cualidades preceptuales, permite establecer una diferencia teórica entre la internalización forzada −o pasiva− e introyección −o internalización activa−. (Benyakar, M. & Lezica, A. 2005).
El “Orden de lo Traumático” nos remite inexorablemente a la forma en que la amenaza opera en el psiquismo. Es imprescindible dilucidar las cualidades y características de las amenazas para evaluar el material clínico emergente. Analizar la especificidad de la forma en que opera la amenaza en el psiquismo nos permitirá repensar el “Orden de lo Traumático” diferenciándolo de lo que pertenece al “Orden de lo Ominoso”. Generalmente se tiende a homologar ambos conceptos que, a mi entender, pertenecen a un orden estructural y fenomenológico absolutamente diferente, a pesar de que en la clínica, pueden emerger en forma combinada. Lo ominoso debe ser entendido como un particular interjuego entre lo no familiar y lo conocido y lo familiar y no conocido. Cuando ese interjuego aparece en cualquiera de sus dos dimensiones nos encontramos con un fenómeno del orden de lo ominoso, como amenaza o como evento fáctico. Ambos poseen cualidades disruptivas.
Lo disruptivo de la pérdida puede devenir traumático, ominoso o trabajo de duelo. Sin la implosión de lo no propio, no se desplegarán fenómenos pertenecientes al orden de lo traumático. En el orden de “Lo Ominoso” la amenaza surge a consecuencia de que lo percibido fluctúa entre la sensación de lo propio con lo no propio. Surge el interrogante en que forma se desarrollan cada uno de estos procesos y como se relaciona lo ominoso con lo traumático.
Acerca de Lo ominoso. Si bien Freud comenzó a elaborar esta obra mientras escribía Tótem y tabú, no es casual que haya decidido publicarla un año antes de Más allá del principio del placer. Lo ominoso en el espacio originario es la percepción de lo pulsional como no propio. Es una sensación de extrañeza que emerge de nuestras propias percepciones internas. En palabras de Piera Aulagnier, podríamos decir que los elementos de cada espacio psíquico serán heterogéneos respecto a los otros espacios. La labor de representación es la transformación de eso que emerge heterogéneo en homogéneo a cada uno de los espacios, sosteniendo el principio de continuidad, coherencia e integración. Así, la aparición de lo pulsional como heterogéneo puede tener dos destinos, persistir como heterogéneo o ser metabolizado transformándose en homogéneo. Ya en 1817 Ernst Theodor Amadeus Hoffman en el cuento el “Hombre de la Arena” −uno de sus Cuentos Nocturnos−, presenta con virtuosidad literaria la forma en que Nathaniel −el protagonista central− va desarrollando sus amenazas internas percibiéndolas como amenazas externas hasta llevarlo al suicidio (Hoffman, E. 1817).
El vivenciar será traumático en la medida que el mundo externo, destinado a funcionar como sostén, en lugar de cumplir una función contenedora permanezca carente de figuras mediatizadoras o factores maternantes suficientemente buenos. Así lo ominoso se conjuga con el “Vivenciar Traumático”. Por lo tanto a mi entender lo “esencialmente ominoso”, o sea lo ominoso que emerge desde lo originario, es inherente a la evolución normal del psiquismo desde las primeras etapas del desarrollo del infans. Estos componentes esencialmente ominosos tendrán dos destinos. Podrán funcionar como un factor de “violencia primaria”, violencia sana y necesaria para el desarrollo del infans que posibilitará el desarrollo de un psiquismo con defensas adecuadas, o como “violencia secundaria”, perjudicial, obstructiva y patogénica que lleva a perpetuar lo pulsional como heterogéneo, produciendo “patologías del vacío”, producto del “vivenciar traumático”, como los “desórdenes psicosomáticos”, entre otros.
En su artículo “Lo Ominoso” Freud se centró en la aparición del doble, y la compulsión a la repetición. Surge la pregunta ¿por qué compulsión?, y ¿repetición de qué, por qué y para qué? Cada uno de los caminos para enfrentarse con estos interrogantes consiste en profundizar en los procesos del psiquismo, y ahondar en las formas de elaborar lo no propio en propio, que el acaecer pulsional determina. El intento de metabolización, o sea la transformación, de lo no propio en propio, se convertirá en compulsivo en la medida que el afecto permanezca carente de representación. El sujeto se transforma en un sirviente de sus propias pulsiones viviéndolas como extrañas.
En la compulsión el psiquismo vive a lo propio como extraño, y el procesar psíquico es percibido como dictaminado por esas sensaciones que perduran como extrañas. Por ello entiendo que lo ominoso acrecienta sus cualidades amenazantes al perdurar como no propio. Se trata de amenazas intra-psíquicas que operan a-posteriori. A mi entender, la esencia del proceso de repetición está determinada por la búsqueda permanente de la representación, para así poder metabolizar esas sensaciones, no representadas, poniéndolas en relación y en sentido. Estableciendo las diferencias entre el “Vivenciar Traumático” y la “Vivencia Traumática” he tratado de conjugar los puntos relevantes, que diferencian y articulan entre lo esencialmente ominoso y lo traumático, para poder ser abordado en los procesos de duelo. De esta forma pretendo continuar dialogando acerca de esta problemática en el abordaje de la clínica psicoanalítica.